sábado, 21 de febrero de 2015



Amor mío

Nuestro amor se ha tornado marrón y sombrío, y en el corazón se ha escondido el brío, ese brote prodigioso y amoroso que en nuestros ojos se ha perdido. En su tez dorada el otoño ha desvanecido, la pasión con su triste y rojo frío. Ha cambiado a secos los jardines que un día fueron partícipes, de tiernos y frescos rocíos.
La piel de nuestro rostro se ha envejecido, llevándose la primavera, que hoy sus pliegues ha arrugado en recuerdos del alma, que muy pronto habrán sucumbido.
 Mi cielo, ¿por qué el amor se ha escondido, en las sombrillas del camino?
Aún amo la luz solar de tus ojos, que hoy, en hojas pardas la pasión la ha contenido. No sé si fue el viento de los años, el que en ocres ha expirado, nuestro ardiente y bello trino.
Mírame, aún la frescura de mis galas te desea, con el calor de su piel colmena que no del todo ha enmohecido, melosa aguarda, para encender la hoguera que seca anhela nuestro lejano idilio.
Preciosa en cábalas de airosas, perpetuaré el nido, en donde las tórridas sojas tristemente en cenicientas las hemos convertido.
Bésame los labios con ensueños de trigo, pregona en el otoño armiño, la seducción que ha suspirado por tantos álamos cobrizos.
Perfuma mi piel con gozo, dejando atrás el césped mohoso, donde acuna en relieve de piedra, este amor dormido.
Otoño es el penúltimo destino amor mío, donde el aire de castaña, nos da a la vida un sentido, para agitar el latido del corazón que pulsa abatido y que en pétalos grisáceos aún muestra nuestro oro amantillo.
Crepúsculos cerrojos pasean pasivos, sobre los pasos de nuestro jaspeado camino, monótonas las frondas de pino, perfuman brozas, en el brillo de nuestro sagrado anillo.
Perpetuaré los claros que sonrojan los motivos, para enaranjar el alma con racimos, que hoy marchitos, se han secado en los dedos del hastío.
Aún el fuego quema, en el paisaje enamorado de los sueños, donde deseo, que eternamente seas mío.
Amor mío, déjame que en las terrosas praderas de ensueño siga mi mano contigo. La vida se humedece y resplandece en nuestro camino, dándonos sarmientos floridos, que se reflejan en la moqueta otoñal de nuestro menguado destino.
¡Píntame el alma! Perfuma de zetas de luz nuestro tierno cariño, y déjame pasear a tu lado, hasta morir yo contigo.
© Copyright Araceli García 2014



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